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Cuidado vs Justicia

Los dilemas morales se han utilizado como recurso para comprender el pensamiento moral humano y su desarrollo, es decir, cómo vamos construyendo la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal y qué principios elegimos para que orienten nuestras acciones.

Uno de los más conocidos es el dilema de Heinz, que plantea la siguiente situación:

Heinz es un hombre pobre, cuya esposa se encuentra gravemente enferma y necesita un remedio recientemente descubierto para sobrevivir. Heinz acude desesperado a la única farmacia que lo tiene, pero el farmacéutico no se conmueve y se niega a fiarle el medicamento o a hacerle descuento. Por lo cual, Heinz decide entrar durante la noche a robarlo para poder salvar la vida de su mujer.

En la década del ’70, se utilizó este dilema para establecer distintas etapas de madurez del pensamiento moral. Estos estudios, de amplia repercusión y legitimidad académica, permitieron elaborar varias conclusiones, entre ellas, que los varones logran una mayor madurez que las niñas y que éstas tardan más o tienen dificultades para alcanzar niveles superiores de argumentación moral.

Ya en los ’80, una psicóloga llamada Carol Gilligan revisó y criticó estas afirmaciones. Para ello, volvió a usar el mismo dilema pero analizándolo desde otra perspectiva.

Veamos este caso: un niño mayor llamado Jake, respondió que Heinz debía robar el medicamento porque, a pesar de que el robo es un delito, la vida es un valor más alto que la propiedad; por lo tanto, si lo atrapaban, el juez le daría una sentencia menor. Es decir, Jake utiliza una argumentación racional de tipo universal, aplicando una jerarquía de valores que se conoce como lógica de la escalera.

Amy, un niña de la misma edad, respondió que no le parecía bien que robara porque si lo atrapaban, ¿cómo llegaría el remedio a la esposa? Y además, ¿quién cuidaría de la esposa enferma? …moriría de todos modos. En cambio, propuso otras estrategias como pedir un préstamo. En este caso, vemos que Amy hace un especial hincapié en las relaciones de todas las personas involucradas en el dilema. A pesar de que la esposa aparece en una situación absolutamente pasiva, Amy visualiza las consecuencias que tendrían sobre ella los actos de Heinz. Gilligan nos dice que, en este caso, se aplica la lógica de la red.

Desde la perspectiva de los primeros estudios realizados, Amy razona de forma errónea, porque prioriza la interacción entre las personas y sus consecuencias, antes que la ley o la universalidad del valor de la vida. Diríamos que se queda en la situación particular, no despega de la realidad concreta, no abstrae. Gilligan nos aporta otra mirada. Jake, el varón, aplica una ética de la justicia, mientras que Amy piensa bajo lo que ella llama ética del cuidado. Nos dice que no es que las niñas/mujeres logran un desarrollo inferior de su pensamiento moral, sino que su evolución va siguiendo patrones distintos a los de los varones y a la hora de tomar decisiones, lo hacen desde una lógica bien diferente.

A través de sus investigaciones, la autora encuentra diferencias en la formas como varones y mujeres se representan a sí mismos, cómo comprenden su entorno y, en consecuencia, como resuelven dilemas morales.

Los varones parecerían definirse a partir de la separación y valorarse desde ideales abstractos de perfección. Identifican la adultez con la autonomía y el logro individual y conciben la moral desde una jerarquía de valores, utilizando la lógica de la escalera. En tanto, las mujeres tienden a definirse a través de la conexión, de la interdependencia y de las actividades de cuidado. Construyen la moral como una red interconectada. Finalmente, el desarrollo moral de las mujeres presentaría mayor complejidad, ya que despliega mayor habilidad para identificarse y empalizar con otros, sostener una variedad de vínculos y entender los conflictos en términos de relaciones y responsabilidad, o sea, bajo la lógica de la red.

Si pensamos en los roles desempeñados por varones y mujeres en situaciones extremas como las guerras, las diferencias se hacen dramáticamente más visibles e innegables; ¿Qué roles cumplía cada género, por ejemplo, en la segunda guerra? ¿Con qué tipo de ética asociamos cada rol?

¿Podríamos atrevernos a explicar, quizá también, la mayoría arrasadora de psicólogas sobre psicólogos? ¿De enfermeras sobre enfermeros? ¿De maestras sobre maestros? ¿De trabajadoras sociales sobre trabajadores?, etc., etc. ¿Quiénes suelen asumir el cuidado de padres ancianos, hijas o hijos?

¿Por qué esta diferencia? ¿Cómo la explicamos? Gilligan, vincula el desarrollo de la ética del cuidado en las mujeres con el desempeño de sus roles de género tradicionales en el ámbito privado, su compromiso con la familia y la protección de la vida. Así, mientras las mujeres suelen entender los problemas morales como un problema de relaciones que implican responsabilidad y cuidado, los varones se inclinan por poner el énfasis en los derechos y las normas, considerando el amplio despliegue histórico de sus roles en el mundo público.

Apoyada en el psicoanálisis, Gilligan propone que los varones necesitan separarse más drásticamente de sus madres, por lo cual tienden a conceptualizar a las personas como más independientes, autónomas y con un ego de límites bien demarcados. En cambio, las mujeres que para su desarrollo no requieren separase tanto de sus madres, pueden entender a las personas en términos de interdependencia y desarrollan un ego con límites más flexibles. Es decir, detectan con mayor precisión la necesidad que cada persona puede tener del otro.

Hasta aquí, el planteo pareciera verse en blanco y negro. Sin embargo, todos podríamos aportar ejemplos de varones que se manejan claramente desde una ética del cuidado, y en contrapartida, mujeres orientadas por estricta ética de derechos. En la medida en que el acceso de la mujer al espacio público (universidad, trabajo, ciencia, política, etc.), fue aumentando en las últimas décadas, a su ritmo, los atributos otrora ligados exclusivamente a uno u a otro género van mixturándose.

La ética de la justicia fue construida en la esfera pública por hombres a lo largo de la historia del pensamiento (especialmente occidental). Aspiró a encontrar valores universales a partir de los cuales juzgar los actos de un individuo, concebido sin determinaciones, autónomo, racional y libre. O sea, hay un conjunto de reglas de tipo general que fijan derechos y obligaciones, bajo las cuales se arbitran los conflictos estableciendo jerarquías entre los derechos en juego. Podríamos decir que desde la ley del talión a la declaración universal de los derechos humanos, estamos en este tipo de ética de la justicia.

La ética del cuidado, en cambio, surge en el ámbito privado/doméstico y fue construida por mujeres. Su concepción de sujeto integra la vulnerabilidad humana y su interdependencia. Esencialmente se preocupa por la satisfacción de las necesidades humanas, dando especial valor al contexto y a la diversidad.  Comienza a entrar en la discusión pública junto con la mujer en las últimas cuatro o cinco décadas, generando algunas controversias en casos resonantes (Caso Tejerina, Casos de abortos por violación, etc.).

En el terreno de la ética, es evidente que tanto la del cuidado como la de los derechos, tienen un enorme valor para la convivencia y la ciudadanía. La posibilidad de complementarlas nos da una perspectiva más integral y amplia del mundo social y de las necesidades de los otros. Resultaría positivo poder despegar ambas éticas, de los géneros a los que estuvieron asociadas históricamente y nutrirnos de las dos, entendiendo que tanto el cuidado como la justicia son valores esenciales para el desarrollo pleno de las personas, para su dignidad como seres humanos y, por supuesto, para la construcción de un bien común.

Como padres, madres, docentes, adultos en general, es importante que trabajemos estas dos dimensiones de la ética, integrándolas reflexivamente, invitando a pensar desde cada una de ellas a las nuevas generaciones. “Siempre me pide, yo le presto y nunca me presta…” ¿Es justo o injusto no prestarle más? ¿Está en las mismas condiciones que yo? ¿puede prestar? “Si me pega, le pego, me tengo que defender” ¿Es la única alternativa? ¿Puedo encontrar otros modos de cuidarme y cuidarlo? “Siempre tengo que ayudar yo a mi mamá, mis hermanos no colaboran” ¿Es justo o injusto que yo siga colaborando?  ¿Qué pasa cuando yo cumplo y los demás no? ¿Cuántos modos posibles de colaborar creo que hay?

Diariamente tomamos decisiones y actuamos atravesados por una convicción fuerte acerca de lo que está mal y lo que está bien. Pero esta convicción ha sido construida desde la educación que recibimos, los valores morales y/o religiosos transmitidos por nuestras familias, está determinada por la clase social, la cultura y el género al que pertenecemos. Es enriquecedor mantenernos en una actitud alerta respecto del esquema bajo el cual discriminamos lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, sabiendo que siempre hay algo más para aprender en cada situación, que la vida nos ofrece siempre una nueva oportunidad de ser mejores personas.

Lic. Silvia Nolan