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Reflexiones en cuarentena

Reflexiones en cuarentena

Lic.Gabriela Candusso.

 A nivel mundial, las reglas del juego han cambiado de manera inesperada. Una epidemia se ha vuelto pandemia y las circunstancias que ello trae aparejado son, cuanto menos, disruptivas; se desencadenan ramificándose en distintos países, los que han tomado medidas como el aislamiento “preventivo y obligatorio” y el distanciamiento físico.

Es a través de la presente situación ligada al Confinamiento, que llegué a la búsqueda de su definición en el diccionario. Confinar: Aplicar la pena por la cual el quien ha sido condenado tiene que vivir en cierto lugar, en libertad, pero bajo vigilancia.

Dicho hallazgo revela dos conceptos, el de pena y el de libertad, palabras que resuenan en el relato de nuestras experiencias y vivencias, y que, por estos “días de cuarentena”, conmueven nuestra humanidad. Nos confrontan de algún modo frente al desafío que implica aquello que, desde el Psicoanálisis, denominamos “trabajo de duelo”, en relación a nuestras pasadas condiciones de vida, y nos conducen a una actualidad incierta que remite a una pregunta sobre el futuro, sobre cuándo este estado de “letargo” tendrá su fin y sobre cómo sobrevivir a la incertidumbre, aquello inasible que nos inquieta y, a veces, desespera.

Asistimos a diversidad de relatos sobre las sensaciones y manifestaciones de cada quien por el tránsito del proceso. Hay quienes dicen sentirse suspendidos, cercados, quietos, solos, desesperanzados. Así lo describía uno de mis pacientes: “Esta cuarentena se me está volviendo espesa, como la niebla, viste cuando no podés ver del otro lado?”. Otros refieren habitar una película de ciencia ficción y necesitan volver a la “normalidad”. Otros, por su parte, hacen de cuenta que “esto no está pasando”, y hay quienes, por el contrario, expresan el disfrute de su tiempo en casa, con menos exigencias del afuera, y la cercanía en la convivencia con su familia.

Es claro que estas condiciones de vida nos afectan de algún modo. Pienso que, de acuerdo a la posición que a cada persona le sea posible tomar al respecto, y los recursos (de sí y del entorno) que puedan ponerse en marcha, será como se irán entramando vías, accesos, caminos de afrontamiento a tales circunstancias.

En su libro autobiográfico, “El hombre en búsqueda de sentido” (relacionado a su experiencia en los campos de concentración), Víctor Frankl, hace referencia a la libertad interior:

“El hombre puede conservar un vestigio de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física”.

[…]”Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”.

Desde la línea de la singularidad, que estas instancias requieren tener en cuenta, cabe preguntarnos por la intimidad, y lo que llamamos vida privada, concepto que evolutivamente ha ido cobrando nuevos significados. Es en nuestra existencia de los últimos años, conmovida por la vertiginosa ola de adelantos y cambios tecnológicos, que hemos visto aventurarse un nuevo paradigma, respecto de lo que denominamos intimidad. La tan valorizada, en otros tiempos, meta de la introspección, las reflexiones y pensamientos bien guardados puertas adentro modifican su valor, en tanto son puestos en vistas hacia el mundo externo, en redes sociales universales. Desde la denominación que propone Paula Sibilia, una “extimidad”. Una intimidad que se exhibe.

[…]»Vemos que en lugar de aquella subjetividad interiorizada, que fue hegemónica hasta hace muy poco tiempo, ahora se desarrollan formas que podríamos llamar “exteriorizadas” de ser y estar en el mundo”.

Si bien este es un tema que requiere ser tratado de un modo que contemple su complejidad, creo importante subrayar lo que en estos días transitamos en torno a la propia interioridad. Nuestro mundo interno se exterioriza en su conexión con el afuera a través de lo virtual. A través de las redes nos es posible tejer una trama sobre la cual la vida diaria puede seguir siendo un mundo con otros: las clases por meet, los cumpleaños por zoom, las videollamadas con abuelos, padres, hijos, hermanos, amigos, permiten que el distanciamiento pueda llegar a ser sólo físico pero no social, que pueda preservarse la necesaria conexión afectiva que, “salvando las distancias” pueda salvarnos a nosotros mismos de uno de los aspectos más dolorosos de este aislamiento.

Por otra parte, es esa misma virtualidad la que nos revela la necesidad de la imprescindible presencia; aquella corporeidad que, en su ausencia, reconocemos irreemplazable. Ese beso, ese abrazo anhelado, y la certeza de que será vital el día en que el encuentro implique volver a tomarnos de las manos.

De alguna manera, y en relación al cambio en nuestros modos de interacción, quisiera tomar en consideración el concepto de Donald Winnicott sobre la “capacidad de estar a solas”, aquella adquisición temprana del individuo, que se basa en la paradoja de que en la infancia hayamos tenido la oportunidad de estar a solas en presencia de nuestra madre, y así, llegar a estar seguros de la presencia y disponibilidad confiable de un otro significativo. Dicha adquisición se convertirá, en la vida adulta, en la necesaria tolerancia al propio silencio sin ser invadido por la angustia, será la posibilidad de relajarse y alcanzar disponibilidad para el repliegue, para sentirse reposado, condición necesaria para alcanzar la madurez emocional. En ese sentido, pasar más tiempo con nosotros mismos y transitar cada proceso individualmente nos convoca a preguntarnos por dicha capacidad como recurso subjetivo.

Hace algunos días escuchaba el reportaje a una mujer mayor, escritora ella, que relataba la experiencia de vivir con su mascota y sentirse agradecida por convivir con “otro ser vivo”. Decía además: “Siento que en los medios se hace alusión a este momento en el que debemos cuidarnos quedándonos en casa, para no enfermarnos, para seguir viviendo; y contraponen la vida a la muerte. Para mí la contraposición de lo que significa la vida es “no vivir”.

Sería apresurado aventurarnos al pensamiento de que este momento que atravesamos, sería condición de ruptura en la línea de continuidad de nuestra existencia, y por eso, pudiera transformarse certeramente en una vivencia traumática. Lo que sí es posible concebir, casi como un antídoto, es la vía de la creación como modo de motivar a todo impulso “adormecido”.

En palabras de Donal Winnicott: “Para mi, vivir creativamente significa no ser muerto o aniquilado todo el tiempo por la sumisión o la reacción a lo que nos llega del mundo; significa ver todas las cosas de un modo nuevo”.

[…]“La creatividad es, pues, el hacer que surge del ser. Indica que aquel que es, está vivo”.

El orden vital en estos días nos confronta con la posibilidad de una transformación, en relación a poner en marcha nuestros recursos subjetivos para adaptarnos a una situación emocionalmente compleja. El desafío de Vivir como sinónimo de “crear”, de “hacer nacer”, de dar vida a aquello que otorgue un nuevo sentido.

Héctor Fiorini se refiere al concepto de creatividad como al “conjunto de fuerzas que se manifiestan como tendencias o como proyectos. Como tendencias a la salud, al crecimiento, al desarrollo, al cambio, a producciones, a la adquisición de capacidades y nuevos elementos de identidad…ese despertar, que pueda colocarlos en otro espacio, más allá del mero vivir, es el despertar creativo.”

En relación a nuestros pacientes, el sostén de nuestra función psicoterapéutica “en tiempos de coronavirus” radica en transmitir que seguimos aquí para pensar, digerir y metabolizar emociones y todo sentir que se nos presenta. Adaptar la virtualidad a nuestra función será un modo de garantizar esa continuidad vital al vínculo terapéutico. Se hace impostergable dar “señales de vida” y ofrecer un trabajo que, en la interacción y desde la disponibilidad, posibilite vitalidad psíquica y la opción de tramitar una realidad, hasta el momento, irrepresentable.

Lic. Gabriela Candusso