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Paternidad – Maternidad… ¡Cuántos cambios!

Dedicado a los padres en su día.

La paternidad no es sólo un acto biológico que se verifica con un ADN, la paternidad es también una función. El psicoanálisis suele aludir a ello cuando habla sobre la función paterna, la Ley del padre, etc.

En épocas anteriores era muy claro que la función paterna… ¡la cumplía un padre! ¿Y a qué se refería? Se refería a proteger a la díada mamá-cría, a esa dupla normalmente simbiotizada, a contener a la mamá para que contenga en paz a su bebe, en definitiva: cuidando al cuidador. Luego sobrevenía un momento donde la naturaleza dictaba su intervención para reclamar a su mujer, poniendo así un corte, una brecha en la simbiosis mamá- bebé que auguraba un esbozo progresivo de mayor independencia de la cría.

Más tarde del padre se esperaba la protección y manutención del hogar, el aporte de la seguridad económica. Incluso –y vaya otorgación- el padre aportaba el apellido (el materno era optativo), lo que implica recordar la génesis de ese linaje.

¿Por qué elegí el tiempo pasado para referirme a lo que debería cumplir un padre como su parte para asegurar la salud de un hogar? Como antes fue sugerido, cada época hace una adjudicación –y luego una naturalización de ello- de actividades a cada género. Pero en sus geniales sutilezas, el psicoanálisis matiza esta asignación con la palabra “función”.

Función paterna y función materna deberán ser suficientemente bien cumplidas para facilitar el desarrollo de un niño, sano, seguro y feliz…pero nadie dijo que a esas funciones las tuviera que llevar a cabo un padre o una madre, un tío, una abuela, un tutor o encargada. 

Y así llegamos a nuestros días dónde encontramos a muchas madres siendo el soporte económico del hogar, desarrollando férreamente su vocación en el mundo laboral y a muchos padres haciendo las adaptaciones al jardín, armando la lunchera y disculpándose alternativamente en la oficina ante su jefe porque su niño tiene fiebre.

De a poco de le va borrando la culpa a la madre porque trabaja y la vergüenza o sentimiento de inadecuación al padre por ser único en la reunión “del cole”. Culpas y desimplicaciones –respectivamente- estaban a la orden del día hace tan sólo 2 o 3 décadas.

Ser padres hoy es encarnar una bi-funcionalidad. Es acompañarse para que entre ambos aseguremos que las dos funciones se lleven a cabo.

Los padres ya no aportan la ley sino también la ternura indulgente, el contacto más cercano con el cuerpo del bebé o el infante al que cuidan, la memoria del nombre de las seños o de los peluches preferidos, e integran los grupos de la puerta. Los padres antes veían el efecto del proceso de la crianza o formación: el boletín, el niño bañado, el acto escolar. Ahora ven y participan del proceso.

Tanto han cambiado las costumbres que hasta al Código Civil alcanzó y el apellido paterno –antes obligatorio- dejó de tener prioridad y ambos padres deciden el apellido que portará primero. Tal vez esta nueva libertad, nos invita a elegir según nuestra historia con cada una de las familias, su cercanía y sus valores y desde allí elegir “nombrar”.

Lejos de excluir a los padres de aquellas naturalizadas e impuestas funciones, creo que los hemos invitado a “desresponsabilizarlos” de las tareas exteriores más duras: dejar de cargar con el destino económico del grupo, la herencia a dejar, las decisiones del “hardware” familiar, para sumergirlos en el desprolijo, dinámico y cotidiano “adentro” de la cocina – a veces literal- del hogar. Los padres actuales al encarnar la función materna –que no tiene por qué ser femenina porque es una función- serán medidos, no por las normas que impusieron, sino por los momentos lúdicos que compartieron, no por la herencia material sino por la ternura que donaron. Bajo otros parámetros y otros desafíos serán medidos.

La medida de su amor, cambió su registro.

Lic. Paula Mayorga.