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Vulnerabilidad y fortaleza frente al trauma

¿De qué hablamos cuando nos referimos al trauma?

Etimológicamente, «trauma» proviene de la palabra griega «herida«, y en nuestra disciplina, nos referimos a un evento de gran magnitud que impacta en la vida de una persona, y los efectos que provoca en ella, debido a su incapacidad para tramitarlo con los recursos con que cuenta. Esto desencadena una serie de movimientos en su psiquismo (defensas, angustias, reacciones) que pueden llegar a constituir un cuadro psicopatológico.

La noción de trauma siempre hará referencia a algo que resulta excesivo, que en un principio, no logra ser tramitado ni integrado en la mente de quien lo padece ni en su historia vital.

Algunos autores (Aburto, 2007) consideran al trauma como algo actual y vivo, y no sólo un hecho que dejó su huella, ya que la mente de la persona está bajo el influjo de ese suceso que al no haber sido elaborado, continúa actuando y ejerciendo sus efectos como si no hubiera transcurrido el tiempo. Una herida no cicatrizada.

Podemos citar muchos ejemplos de eventos vividos en nuestro país, potencialmente generadores de trauma: desde situaciones de catástrofe que afectaron a grandes cantidades de personas como los atentados terroristas, Cromagnón, «la tragedia de Once», las inundaciones en diferentes zonas (Santa Fe, La Plata, Formosa, etc.), hasta situaciones individuales, como lo son el abuso sexual, el maltrato infantil, o los secuestros. Pero lo que le confiere el valor de «traumático» es el acople entre el evento y el psiquismo en el cual impacta, ya que un mismo hecho no genera los mismos efectos en todas las personas.

El Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT), es un cuadro psicopatológico que puede presentarse como respuesta frente a una situación traumática que una persona vive o de la cual es testigo, y que implica una amenaza para su vida o la de otro. Se caracteriza por síntomas de evitación del lugar, conversaciones, pensamientos, etc. relacionados con el episodio, y síntomas de reexperimentación del mismo, ya sea en sueños, recuerdos intrusivos, o flaskbacks.

Otro cuadro relacionado con el trauma es el Trastorno Adaptativo. Éste queda reservado para aquellos casos en los que un hecho de menor impacto (es decir, sin amenaza para la vida) genera síntomas similares a los del TEPT, o aquéllos en los que, frente a un desencadenante extremo, no se llega a constituir un cuadro de mayor gravedad. En este caso los síntomas son más difusos, y se describen como «malestar», que puede estar acompañado por estado de ánimo ansioso, depresivo o mixto.

Cuando se trata de un hecho causado por el hombre, el impacto será mayor que cuando es causado por la naturaleza (ej.: una violación vs. un terremoto). Esto se debería a que al hecho generador del trauma se suma la pérdida de la confianza en los demás seres humanos, ya que dichas situaciones contienen una cuota de crueldad que en general el hombre no está preparado para asimilar.

El hecho de que existan diferentes categorías nosológicas para describir las posibles reacciones frente a un evento traumático  (y aun así, con limitaciones) se debe a la enorme importancia de las diferencias individuales en este proceso. Como se dijo anteriormente, cada uno reacciona a una situación disruptiva en base a sus recursos internos.

Algunos factores que hacen más vulnerable a un sujeto a sufrir un trauma, y desarrollar alguno de estos trastornos son la presencia de problemas psicológicos preexistentes y las vivencias previas, especialmente en la temprana infancia. ¿Qué significa esto? Por un lado, aquellas personas con cierta fragilidad emocional, no sólo serán más vulnerables a presentar síntomas  como los descriptos anteriormente y sufrir un mayor deterioro de su vida emocional frente a un evento potencialmente traumático, sino que también pueden convertirse en traumáticas, situaciones que no son extraordinarias en cuanto a su amenaza, como por ejemplo una separación, un fracaso laboral o una pérdida afectiva evolutivamente esperable.

En cuanto a las experiencias tempranas, los autores de la Teoría del Apego resaltan la importancia de este concepto en la génesis de la capacidad para superar situaciones traumáticas. Un apego seguro del niño con su madre (o la figura que cumpla su función) permite regular la seguridad del niño con el entorno. La proximidad al cuidador, física al principio y más psicológica después, y la respuesta de éste serán determinantes para el logro de ciertas pautas de conducta y sensación de seguridad del niño.

El psiquiatra y sobreviviente del holocausto J. H. Krystal, (en Aburto, 2007) afirma que «el narcisismo primario infantil, resultado de una programación del niño en un estado de apego seguro con su madre, que le garantizaba que era querido y querible, era la principal ventaja personal de cara a la supervivencia en el holocausto».

Otro ejemplo puede extraerse de las investigaciones de Anna Freud y los efectos de la Segunda Guerra Mundial en niños: los niños que habían permanecido con sus figuras de apego durante los bombardeos en Londres sufrían menos las consecuencias psíquicas que aquéllos que habían sido llevados a lugares seguros pero separados de sus cuidadores primarios (Aburto, 2007).

Con estas experiencias se pone de manifiesto la importancia de los primeros vínculos como dadores de confianza y seguridad, bastiones que en un futuro, frente a un eventual hecho traumático serán «protectores» del psiquismo para enfrentarlo. La sensación de cuidado y protección experimentada durante los primeros años de vida sienta una base de seguridad y fortaleza, sobre la que se irá construyendo la personalidad. Contrariamente, la falta de dicho vínculo genera una experiencia de vulnerabilidad que se reactivará frente a una situación de riesgo, y será vivido como una amenaza a la existencia. El niño procurará preservar ese vínculo de apego y confianza con su cuidador. Por ese motivo, resultará doblemente traumática una agresión o su complicidad  que provenga de una de estas figuras.

La falta de un vínculo seguro en la primera infancia no es predictor por sí solo de padecer un TEPT en caso de una situación de amenaza a la vida. Posteriormente, puede haber experiencias vinculares que reparen los vínculos fallidos.

En cualquier caso, reviste especial importancia la consulta psicoterapéutica, mejor aún si es en los primeros momentos posteriores al trauma, para ayudar a paliar los eventuales efectos que pueda tener en el sujeto. Cada evento traumático, cualquiera sea su intensidad, reactiva antiguas heridas abiertas, potenciando sus secuelas. Un espacio psicoterapéutico adecuado contribuirá a que la persona elabore ese impacto y logre inscribirlo en su historia de vida, en el mejor de los casos, como una experiencia de aprendizaje, resultando así enriquecida.

Lic. Irene L. Yaya

 

Bibliografía:

 

Aburto, M. (2007). Psicotraumatología (I): El trauma temprano. Clínica e Investigación Relacional, 1 (1): 91-109.

American Psychiatric Association (1995). Manual Diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. (4ª. Ed.) Barcelona, España: Masson (Trabajo original publicado en 1994).

Laplanche, J., Pontalis, J.-B. (1983). Diccionario de Psicoanálisis (3ª ed., pp. 447-451). Barcelona, España: Labor.

Tutté, J. C. (2004). The concept of psychical trauma: A bridge in interdisciplinary space» `[El concepto de trauma psíquico: un puente en la interdisciplina]. The International Journal of Psychoanalysis, 85, 4, pp 897-921.